Tenemos conciencia de una doble aspiración simultánea, que puede parecer contradictoria a primera vista, por un lado de respeto a la diversidad cultural y por el otro, y al mismo tiempo, de la universalidad de nuestra exigencia ética. Esto es lo que podríamos llamar: la paradoja de la diversidad universal. Pero un examen más profundo nos hace descubrir que el segundo término de esa afirmación incluye necesariamente el primero y que esa contradicción solamente es, en apariencia.
El concepto mismo de hiperhumanismo reivindica un aumento de nuestro humanismo, pero asume que sólo se podrá concretizar gracias a la creación de vínculos de solidaridad humana. Retomando la metáfora del hipertexto, que es donde se pueden construir y activar vínculos, en la red planetaria de la Web, nos lleva a imaginar más fácilmente lo que podría ser una hiperhumanidad.
La famosa definición de Marshal McLuhan, cuando anunciaba la “aldea planetaria” fue sin dudas una brillante profecía, que parece materializar el advenimiento de la era digital, pero esa formula ha servido de apoyo a la ideología del neoliberalismo y a esa globalización tan perversa que nos ataca hoy. Seamos claros: no existe una tal “aldea planetaria” y no deseamos que exista algo así. Al contrario, luchamos por la diversidad cultural y lingüística encarnada en millones de aldeas planetarias, todas diversas.
Nuestra conciencia del mundo es impresionista. Confrontados a los flujos disparatados de informaciones numéricas, concebimos una cosmogonía en la cual los dos polos imaginarios se sitúan entre una unidad irreal, pero virtualmente necesaria del mundo (cosmos), y una fragmentación de informaciones diversas y dispersas (caos) evocando la multitud de pinceladas de los pintores impresionistas o puntillistas. Intentamos trazar en esa superficie pensamientos lineales y en arabesco, para construir configuraciones locales coherentes, capaces de darle un sentido. Esto es a lo que llamo, desde un punto de vista cognitivo: el impresionismo digital.
La mayoría de nuestras preguntas significativas hoy por hoy, ya sea en Astrofísica, en Epistemología, como en Sociología, en Psicología, o en la Teoría del conocimiento, están vinculadas a esta nueva cosmogonía impresionista.
En el campo de la Psicología se puede decir que nuestras identidades individuales son apenas algo más que impresiones, conciencias divisionistas evolucionando entre el sentido virtual de una personalidad psíquica coherente y los múltiples roles sociales disparatados, o inclusive contradictorios, que tenemos de adoptar en los diversos momentos y lugares de nuestra vida social. Cada ser humano puede parecerse tanto a si mismo, como a los demás, una especie de enjambre impresionista de gestos, pensamientos, sentimientos, mezclados en una agitación que intentamos controlar, para construir la configuración unida de un yo virtual. Estamos confrontados a un impresionismo psicológico, a una conciencia impresionista.
Sin embargo nos creemos únicos, en medio de masas sociales virtuales, en las cuales nos sumamos los unos a los otros, como individuos más o menos semejantes, o incluso intercambiables. En nuestras sociedades de clases medias, tomamos conciencia de nuestro estatus de átomos sociales virtuales, que evolucionan según los mismos arabescos aleatorios que observamos en los bancos de peces o de papagayos, en sus entornos acuáticos o aéreos. Cada individuo es único y está aislado como una pincelada dividida de energía en una masa cromática abigarrada, que nos procura una impresión de una unidad familiar. Estamos en la edad del impresionismo social.
Agitados y manipulados dentro de la nueva Sociedad de la información, estamos atrapados por enjambres de informaciones dispersas, descosidas, yuxtapuestas sin estar vinculadas, cada cual por sí misma, discordantes y que sin embargo forman parte de la misma superficie de los medios de comunicación, en una proximidad que evoca la yuxtaposición de las pinceladas de brillantes colores, de los pintores impresionistas. Cortadas y pegadas, pertenecen a la misma energía informativa, virtualmente coherente. Vale esta afirmación tanto para los periódicos y sus cápsulas tipográficas, como para los programas de televisión que visualizamos haciendo zapping, así como para las rápidas informativas de los programas de radio. Y la tela de la Web, con sus múltiples hipervínculos puntuales, heteróclitos, y también virtualmente agrupadores, nos parece la metáfora evidente de esta cosmogonía impresionista. Es cierto que no es casual, hablaremos aquí de medios impresionistas, y tampoco es casual que la propia materia de las imágenes de nuestras pantallas, el barrido electrónico de los corpúsculos luminosos, sobre las superficies catódicas, la vibración de los píxeles de nuestras imágenes sintéticas, a menudo han sido llamados: un nuevo impresionismo digital. Hemos adoptado una sensibilidad impresionista.
Una lógica y una ética de los vínculos
Confrontados a una conciencia fragmentada, desarrollamos una lógica de vínculos (hipervínculos) lineales o en arabesco, para crear sentido y diálogos. Lo hacemos hasta el punto de afirmar una solidaridad virtual entre todos los seres humanos. Exigimos la instauración de una conciencia universal, aquella de una ética planetaria, capaz de reconocer que todos los hombres tienen los mismos derechos fundamentales – esos derechos tantas veces afirmados en las Declaraciones universales de derechos humanos y tantas veces menoscabados: los derechos a la seguridad física y material, al agua potable y a la comida, a un techo, a una educación, a la salud publica, a la libertad de pensamiento y de expresión. Esta ética planetaria es una ética de la solidaridad. Se trata de un valor universal, pero en nombre de la ideología tradicional del imperialismo universal, hemos de hecho olvidado, o incluso retrasado y combatido, un derecho fundamental mas: el derecho a la diferencia. Hoy tenemos que luchar por este último derecho, afirmarlo y agregarlo a las listas de nuestros derechos fundamentales.
El derecho universal a la diferencia y a la divergencia.
Hablamos entonces de una ética universal planetaria, basada en el principio de la solidaridad humana, aquella que incluya el derecho universal a la diferencia y a la divergencia. Hablamos de diferencias de sexo, de color de la piel, de generación, de educación, de idioma, de cultura.
Así como se subraya que la libertad es un valor universal pero también que esta limitada por la libertad de los otros, la solidaridad universal exige el respecto de la diversidad de culturas y de palabras. Hablamos de vínculos. Es decir de vínculos entre diferencias y entre divergencias. La uniformidad se presenta como una consecuencia perversa del universalismo imperialista y totalitario y de su deriva colonialista. Apenas podemos seguir hoy hablando del universalismo en razón de su perversión histórica. Tenemos entonces que rehabilitarle en su sentido hiperhumanista: el que vincula una solidaridad y diversidad universales.
Así se presenta hoy el nuevo universalismo. Lo llamamos hiperhumanismo. Cuantos milenios vamos a necesitar para establecerlo? Quesearíamos creer que la humanidad ya ha logrado muchos progresos en ese sentido. Pero parece más urgente que nunca comprometernos hoy a luchar por él.
Hervé Fischer.
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